Ideas centrales de la obra:

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Vivimos buscando situaciones, relaciones y objetos que nos hagan felices.

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Creemos que el mundo existe en forma independiente de nosotros, cuando en realidad todo lo percibido existe gracias a una combinación entre el mundo material, la luz y nuestros sentidos. Lo que vemos no está separado de nosotros mismos; el observador es parte de la realidad (un paisaje nos parece desolado como proyección de nuestra propia desolación interior).

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La realidad está determinada por nuestra biología (por eso no percibimos sonidos que un perro puede oír). El mundo es un continuo que nosotros fragmentamos y transformamos mentalmente en situaciones, objetos, etc. Cuanto más fragmentamos la realidad, más sufrimos y más nos separamos (del mundo y de nosotros mismos). Aceptar el mundo como un continuo es una forma de restablecer nuestra conexión con el universo.  

Sufrimos porque no vemos que nosotros mismos somos responsables del mundo que percibimos. Normalmente no aceptamos lo que sucede, y queremos algo diferente. Lo cierto es que el mundo es como es. El sufrimiento del cambio, del que habla el Budismo, consiste en anhelar modificaciones y creer que ellas nos harán felices. Sin embargo, vemos que la felicidad inspirada por esos cambios es efímera, y que muy pronto anhelamos nuevos cambios, en un círculo vicioso que nunca acaba.

Aceptar lo que sucede es el único camino para encontrar la paz y la felicidad. Aceptar lo que pasa no implica resignarse, es decir, no hacer nada para cambiar aquello que nos desagrada. La sabiduría consiste en aceptar aquello que no podemos cambiar (la conducta ajena, los resultados de nuestras acciones, etc.), y en trabajar en aquellos aspectos de la vida que sí podemos modificar (nuestra economía, nuestra salud, el lugar en que vivimos, etc.).

Confundimos lo que somos con lo que hacemos, y por lo tanto olvidamos quiénes somos en verdad. Cuando decimos “soy arquitecto”, en realidad estamos hablando de lo que hacemos, y no de quien somos. Si perdiéramos súbitamente la memoria, ya no seríamos arquitectos. Pero seguiríamos siendo quienes somos interiormente. Los pensamientos y conocimientos cambian. El yo que los observa (quien verdaderamente somos) permanece inmutable.

Cuanto más feliz nos hace un hecho, más nos decepciona su culminación y más nos fuerza a buscar la felicidad en nuevos acontecimientos. El mundo rara vez funciona como queremos. Cuando tenemos determinadas expectativas sobre lo que sucederá, lo más probable es que nos decepcionemos.

Pensamos en hacer felices a los demás, y en que los otros nos hagan felices. Y no comprendemos que cada uno debe hacerse feliz a sí mismo.

La vida está hecha de situaciones ordinarias o comunes. Por lo tanto, buscar situaciones “mágicas” le quita magia a tu vida: mientras esperas lo extraordinario, te pierdes la vida, que transcurre aquí y ahora, y es extraordinaria en sí misma.

Mucha gente sabe lo que quiere, pero ignora para qué lo quiere. ¿Qué esperas lograr con tu nueva casa o tu nuevo coche? La gente de campo vive una vida simple y armoniosa. No tienen nada, pero al mismo tiempo lo tienen todo: tiempo, naturaleza, amor, paz. Esa gente vive en el reino de las experiencias, y no del pensamiento. No se preguntan nada. Son felices sin proponérselo, como les sucede a los niños.

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Las experiencias más maravillosas se producen más allá de las palabras, y no necesitan de hechos extraordinarios. Cuando contemplas un atardecer o un cielo estrellado, las palabras sobran. Cuando miras a los ojos a la persona que amas, no hace falta decir nada. La experiencia es más profunda que el lenguaje, y en esos casos el silencio habla por sí mismo.

La felicidad, en resumen, no depende de lo que sucede en el mundo, sino del grado de conexión con nuestra esencia espiritual. La meditación, la contemplación y el contacto íntimo con la naturaleza, así como cualquier otra estrategia de introspección y de conexión con el mundo interior, son caminos hacia la felicidad. Lo demás es ilusión, es engaño, es un simulacro de felicidad que se disipa tan pronto como la novedad se agota.

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